viernes, 19 de mayo de 2017

CUENTO: VITE PARALLELE-THE NJCHLAS' STORY VIII (Español)


CUENTO:

Per. Pietro Bazzoli
Illustrazione: Daniele Enoletto 
Tradución libre. Dr. Claudio Emilio Pompilio Quevedo.



La cabeza le dolía de manera increíble. Se sentía cansada, sin fuerza, como si la sangre no viese la hora de tomarse una pausa y dejar por un momento de fluir a través del cuerpo. 

Parecía que no deseaba otra cosa: detener el tiempo y con el todo el resto.

Sabía que estaba pálida, fría y de tener el aspecto que habría tenido si hubiera pasado los últimos años de su vida en una bara.

Se sentía pesada, pero al mismo tiempo creía que una simple ráfaga sería capaz de barrerla. 

<<Te haz recuperado? Te sientes bien>>

Alguien le estaba hablando, pero no lograba entender quién era. 

En los oídos, solo sentía un zumbido incesante que atenuaba las voces que la rodeaban y golpeaban de todas partes. 

Ninguna pregunta parecía tener sentido excepto aquella que le había hecho uno de los muchachos que había corrido a socorrerla. Al abrir los ojos, mirándolo desenfocado, le parece que sería capaz de sacarla de la obscuridad en la que se había hundido, llevándola de nuevo al reino de los vivos. 

<<Responde; como estás?>>

Toma una respiración profunda, para llenar lo más posible de aire los pulmones, hasta hace poco cada molécula de oxígeno le parecía preciosa como el oro. En el poso obscuro en el que había caído también era difícil respirar. 

<<Me duele la cabeza>> dice.

La luz enferma que se filtraba desde los ventanales de la galería le quemaba los ojos, llenándolos de lágrimas, era como si todo el mundo estuviera en apnea dentro de una burbuja de agua.

<<No te preocupes; es normal, después de haber perdido la conciencia. Dentro de poco te recuperarás>>.

No recordaba haberse desmayado, solo recordaba una puerta gigantesca que se abría en algún lugar profundo en su corazón.

<<Me desmayé?>>, pregunta para confirmar.

<<Por algunos minutos>>, dice de nuevo la voz cerca de ella.

Apenas logra salir de aquel mar de lágrimas que le inunda la mirada, pone en foco la figura que tenía en frente. Era un muchacho rubio, de cabellos cortos, que llevaba uniforme de los Uffizi. Le sonreía amable y parecía sinceramente preocupado por ella. Se siente ruborizar, como si fuera algo embarazante caer a tierra sin sentido en un museo, pero no lograba entender que. Cada acción requería un esfuerzo tremendo e incluso un solo pensamiento, para ser formulado perfectamente, necesitaba una inmensa cantidad de energía.

<<Toma>>, dice Alessandro sosteniéndole un sobre blanco.

Ella le responde con una mirada dudosa.

<<No te preocupes; es solo azúcar, Te hará bien>>

Con cierto recelo volcó sobre la lengua el contenido del sobre. El sabor granuloso del azúcar le llena la garganta, pero de inmediato le da un poco de energía. Bebe un sorbo de agua que tenía al lado, regalo involuntario de algún socorrista querido por el destino.

<<Me siento mejor>>, admite.

Alessandro le regala otra de sus sonrisas. 

<<Quién era aquel muchacho?>>

<<Cuál muchacho?>>

<<El que me ha auxiliado. Creo que después ha escapado>>.

Alessando se pone serio por un momento. Miraba aquella muchacha agotada, frágil como una hoja, pero que lograba conservar una belleza etérea que solo los años y el dolor hubieran estropeado en una red de arrugas y excusas insalvables.

<<Njchlas>>, dice simplemente, como si esto debiera explicar todo. 

<<Lo conoces?>>.

<<Sí>>.

No deseaba sonreír más. No creía sentir alguna atracción por ella hasta el momento que su atención no se había dirigido a su amigo. Aquél muchacho que había escapado, dejándola casi examine sobre el pavimento desnudo, bajo la atenta mirada de retratos inmóviles. Alessandro esperaba los agradecimientos, un elogio, ser elegido salvador en una coyuntura dramática. Pero no. Ella siempre recordaría a Njchlas por su ausencia, mientras la presencia, algunas veces resulta más invisible que la noche. La punzada de celos ensombrece el buen ánimo del joven y del afecto que a su pesar siente por el pintor. Aquel día había salvado dos vidas: evidentemente era destino que se encontraran. 

<<Es un pintor, pero no se mucho más de él. Pregunta a Don Claudio, la galería que expone los trabajos de Njchlas es suya. Es su protector>>.

<<Don Claudio>>, repite ella.

La muchacha saboreó aquella información con la misma delicadeza con la que se imprimen en la memoria los versos de una poesía.

<<No pienses en eso ahora>>, repite Alessandro. <<Ve a casa. Descansa>>.

<<Creo que lo haré>>.

La muchacha se pone en pie con la ayuda de Alessandro y, una vez logrando tener cierta estabilidad se dirige lentamente hacia la puerta.

Algo roía en el fondo del alma del boxeador y la llamó de nuevo. La muchacha se volteó a mirarlo. 

<<Porqué te interesa saber quién es Njchlas?>>.

Ella se muerde el labio inferior, para escoger bien palabras que no sabía hubieran existido.

<<Porque he visto, que que me esperaba, detrás de la puerta que he visto en el olvido>>.

***

Un cielo que custodiaba entre las nubes lágrimas de lluvia da la bienvenida a la muchacha salida de los Uffizi. Volver a la calle fue como retomar el contacto con la realidad. El caótico verano de Florencia se preparaba a protegerse de aquello que tenía toda la apariencia de ser un aguacero de verano. 

<<Esperemos que un poco de agua barra todo esto>>.

<<Este año hace mucho calor. Recuerdas el año pasado. No era>>.

<<En mis tiempos>>.

<<Corre a casa antes que comience>>.

<<Aldo! Aldo! Mueve las cajas de allí. Mételas>>.

Los oídos de la muchacha roban fragmentos de conversaciones esparcidas por las calles de Florencia sin detenerse en ninguna. Eran compañías fugaces, que por un segundo o dos acompañaban sus pasos inciertos hacia casa. 

<<Isabella>>.

La muchacha se detuvo sintiendo el llamado.

<<Isabella, que haces aquí?>>.

Buscó con la mirada la voz que había pronunciado su nombre. 

Una mujer vestida de negro, el hábito de la viudez que todavía abrazaba las ancianas de la ciudad, se acercó lentamente hasta alcanzarla. 

<<Querida Isabella, que haces aquí?>>. 

<<Tenía la mañana libre y fui a los Uffizi>>.

<<Querida, estás pálida. Estás bien?>>.

<<Es el calor, doña Agnesse>>, miente. <<La diferencia de presión...>>.

<<El tiempo puede jugar malas pasadas, niña>>. Responde con palabras impregnadas de sabiduría popular.

<<Come azúcar>>.

<<No, ya he tomado un poco>>



La vieja, ignorándola, ya había tomado a ravanare entre los pliegues de la falda, a la búsqueda de cualquier cosa para darle. Extrae un caramelo mal envuelto, que debía haber custodiado en el bolsillo desde tiempos inmemoriales. 

<<Toma><, dice con una sonrisa desdentada. 

Isabella acepta de mala gana, escondiendo la repulsión por aquel dulce. Lo mete en la boca entrecerrando los ojos y tragando el asco que sentía junto con la saliva. A pesar de su desagrado el sabor no era tan malo. 

<<Gracias doña Agnese>>, dice. 

La vieja sonríe de nuevo y le toma los dedos entre la mano.

El contacto con la piel blanda y arrugada le causó un escalofrío por la espalda. Odiaba ese tipo de contacto físico.

<<Reposa querida. Te recomiendo. Recupérate. Eres una chica dulce, tan hermosa. Me recuerdas tanto tu dulce madre>>.

A cada cumplido Isabella respondía con un “gracias”, tratando de cortar la conversación para huir de las garras de la anciana viuda.

El tono calmado de doña Agnese no daba señales de interrumpirse, continuando una secuela infinita de palabras. Se veía que la vieja deseaba hablar con alguien tanto como reconquistar la juventud perdida.

De repente, el rugido de un trueno atravesó el cielo. Un fulgor enceguecedor quemó la luz ceniza que goteaba de las nubes y hace caer el silencio entre las dos. 

Isabella advierte algo similar a un temblor atravesarle el cuerpo: un caliente escalofrío que le bloqueó los pensamientos. Aquel trueno, que anunciaba lluvia torrencial fue llevado inmediatamente a la distancia por un viento húmedo.

A la muchacha le parece que una parte de su juventud había volado, lejos, para terminar quizás donde, junto a aquella electricidad caída de lo alto capaz de contaminar el aire. En el momento en que cada alma se había detenido para mirar hacia el cielo, tal vez para ser capaz de ver entre las nueves los signos de un futuro interpretable solo por los chamanes, Isabella había perdido sus veinte años con la misma facilidad con que la brisa del mar adormece a las olas en busca de la tierra firme. Caricias, lágrimas y recuerdos jamás vividos abandonaron por siempre el corazón de la muchacha, que se volteó como para verle huir lejos, transportados por ese soplo de viento que nadie esperaba ver.

Njchlas tornó a su mente, como si aquel trueno de alguna manera estaba vinculado a él en una conexión que no podía entender.

<<Es mejor que vuelvas a casa. No querrás bañarte?>>.

<<Tiene razón doña Agnese. Ahora corro a casa>>. 

Se volvió y retoma su camino sin esperar el saludo de despedida de la mujer. Solamente deseaba ir a casa, para abandonarse a un sueño que quería despojado de pesadillas. Los pasos le pesaban más que nunca, a causa de una carga sin raíces que le aferraban el corazón.

 Pietro Bazzoli. Periodista / escritor












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