domingo, 13 de marzo de 2016

OPINIÓN: La necesaria cruzada del teatro en Caracas



OPINIÓN:

Fuente: La Cantárida
Por. Lic. Tomás Marín Delgado
Agradecimiento. Lic. Ana Teresa Delgado de Marín


Caracas, en la última década, ha tenido un desarrollo teatral considerable. Muchos jóvenes (y no tan jóvenes) han invertido esfuerzo, tiempo, dinero, trabajo y concentración para representar buenas piezas, estudiar tecnicismos y autores, perfeccionar métodos y para poder construir una nueva era de la dramaturgia y la actuación en una ciudad que, por circunstancias obvias, lo ha puesto difícil.

Toda esta evolución ha dado (lentos pero visibles) frutos que, independientemente de sus posibles trasfondos lucrativos, son logros admirables. Nos referimos a la apertura de nuevos espacios, a la creación de certámenes y festivales, a la integración de empresas, fundaciones, consulados y embajadas al mundo teatral; entre otras visibles materializaciones de valía.

Redoblar el obvio eco del lugar común y reiterar que aún queda mucho trayecto por recorrer es inutilizar este artículo y volverlo un panfleto dominical de feligresía. El objetivo de este texto es señalar (subjetivamente, como es natural pensar) algunas de las trabas y tumores que bloquean el paso hacia la verdadera revolución teatral en Caracas. De esta manera se podrá, haciendo alegoría al método científico de Bacon, hacer diagnóstico para hallar soluciones que eleven (en todo el sentido de la palabra) por fin el movimiento.

Muchos espacios y escenarios están secuestrados por las zarpas (bananeras) del humor burdo, vulgar, sexual, ése al que Aristóteles, al referirse a cierto humor bajo y escatológico ateniense, definió como la forma más indolora de la fealdad. Seguramente, si Aristóteles hubiese tenido el privilegio de conocer las obras de Umberto Eco, hubiese reformulado esta premisa, tomando en cuenta la variable de que la fealdad, a lo largo de la historia, ha llevado incrustados elementos intelectuales y estéticos dignos de respetar.

Duele ver en la cartelera teatral a tantos actores mediocres, viudos de la televisión basura hecha en Venezuela, aprovecharse de su inmerecida fama para acaparar salas y salas con propuestas imbéciles que son dinero seguro para productores ejecutivos que, sin velar por la cultura (ni por el daño que le hacen al país), ceden sus espacios con los ojos cerrados a estos personajes.

Siempre hay excepciones, miembros de la televisión que, en su paso por el teatro, han tenido la delicadeza de preocuparse por producir o participar en presentaciones que, nuevas o clásicas, estimulan la función del teatro como herramienta para enriquecer el intelecto, no para hacer orgullo e higa de sus carencias. Tal es el caso de Nohely Arteaga, quien produjo, impecablemente y durante largo tiempo, “La ratonera”, de la reconocida escritora británica Agatha Christie; o del elenco que interpretó la obra “El día que me quieras”, de José Ignacio Cabrujas en el teatro Chacao.

Existen iniciativas maravillosas que han abierto puertas a las nuevas ideas, a los nuevos artistas, a las nuevas plumas y al viento fresco que tanto necesitan los telones en Caracas. Un ejemplo (uno de los más destacables) es el Festival de Imaginarios de las Artes; certamen colegial y universitario que apuesta por el interés joven (no sólo en teatro, sino en otras gamas del arte) y le cede voz y voto para poder hacer uso necesario de la expresión genuina.

El futuro del teatro en Caracas está en la gente joven si sabe dar los pasos adecuados. Es el momento (aunque no contemos con un Godofredo de Bouillon que nos dirija) de hacer la cruzada violenta (artísticamente violenta) y vanguardista para conquistar y tomar “por el guión o por la espada” (parafraseando la frase del Corán, valga la paradoja con el símil de las cruzadas) esos espacios que pudiesen ser tan útil para conseguir nuestro objetivo de educar el gusto teatral, de desterrar lo chabacano y de honrar a Susan Sontag cuando dijo que el teatro, como toda arte, era placer. Busquemos el placer maravilloso de la cultura, de desparramarla por una ciudad que, con el tercermundismo clavado en sus entrañas, lo solicita a gritos.




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